Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 24 de febrero de 1855
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 90, 2.385 a 2.388
Tema: Pensión a la viuda de D.Benito Zurbano

 El Sr. SAGASTA: Señores, se trata de conceder una pensión a la viuda de D. Benito Zurbano, y al observar que esta viuda es el único miembro que ha quedado de esa malvada familia con derecho a pedir recompensas a la Nación; al tener en cuenta los inmensos sacrificios que esta familia hizo en aras de su país; al considerar que ha sido una de las que más han contribuido al sostenimiento del Trono de Doña Isabel II y al afianzamiento de la libertad de nuestra Patria; al recordar, por último, con profundo dolor, la desgraciada suerte que le cupo precisamente por querer crear la situación que nos ha traído a este sitio; yo que he nacido y vivido entre esa familia, que he nacido y vivido en el país que fue su cuna, que presencié sus gloriosos hechos, que admiré su abnegación y patriotismo, que fui triste testigo de su desgraciada muerte, yo no puedo menos de levantar aquí mi voz para oponerme al dictamen de la Comisión por raquítico y mezquino; porque raquítico y mezquino es, Sres. Diputados, escatimar 5.000 rs., que es la diferencia que hay entre el sueldo que como comandante de caballería disfrutaba D. Benito Zurbano, y la pensión que para su señora viuda propone la Comisión.

Y ya que del desgraciado fin de esa familia he [2.385] hablado, el Congreso me permitirá una ligera digresión aunque ella no nos conduzca precisamente al objeto de que nos ocupamos.

El Gobierno de entonces, y precisamente por aquellos para siempre lamentables sucesos, dio con excesiva liberalidad, digo mal, con escandalosa profusión grados y ascensos a, varios militares, y cruces y condecoraciones a no pocos paisanos, sin que para ello hubiese razón alguna absolutamente, a no ser que para aquel Gobierno fuese muy razonable y muy justo despojar a aquella liberal familia y a los pocos amigos que la acompañaron, de todos los grados, de todos los honores, de todas las recompensas que a costa de su sangre habían ganado en el campo de batalla en defensa del Trono de Doña Isabel II, en defensa de la Constitución de la Monarquía, en defensa de la libertad de nuestra Patria, para repartirlos a manera de botín entre varias personas que no prestaron más servicios ni hicieron más sacrificios que los que va a oír el Congreso.

Don Martín Zurbano creyó era llegada la ocasión de restablecer la libertad, entonces oprimida, en la ciudad de Nájera, provincia de Logroño, donde al efecto debía reunirse una fuerza considerable militar, y no escasa de paisanos; pero llegado el día señalado solo acudió el general Zurbano, acompañado de su familla y de un reducido número de amigos, dejando de hacerlo la mucha gente que se esperaba, unos por imposibilidad, varios por temor, y muchos por lo que no quiero ni debo decir aquí. Entonces comprendió Zurbano, no sólo perdida la causa de su patriótico alzamiento, sino que supo con indignación que su plan había sido revelado al Gobierno, y con la bastante antelación para que, como debía, hubiera evitado este primer paso. En esta crítica situación, el general Zurbano rogó y suplicó a sus amigos que se retirasen a sus casas para que sobre ellos no cayese la desgracia que para é1 preveía; él no quiso, dado el primer paso, retroceder; no quiso sobrevivir a la pérdida de la libertad, y enarbolando su bandera, acudió al recurso a que acuden siempre los pocos, tratando de compensar su escasa fuerza material con la defensa que naturalmente produce la aspereza del terreno. Refugióse, pues, a los montes de la sierra de Cameros, donde, para colmo de sus desgracias, fue atacado de una grave enfermedad. Así concluyó aquella revolución, desapareciendo a manera de fuego fatuo que se disipa en el instante mismo en que llega a herir nuestra vista. ¿Qué tuvieron, pues, que hacer, qué hicieron los agentes del Gobierno encargados de sofocar aquel movimiento? ¿Tuvieron acaso que pelear como valientes en el campo de batalla? ¿Midieron sus armas con aquellos pocos bizarros, para hacerlos prisioneros? Si tal hubiera sucedido nada hubiera dicho aquí, porque concibo que cuando hay lucha, tanto valor y mérito puede haber en defender una mala causa como una buena; ¿qué hicieron, pues? Arrancar bárbaramente del lecho del dolor en que le tenía postrado su enfermedad, el malogrado Zurbano y a su único compañero y amigo que le acompañó hasta el último momento, el valiente coronel D. Cayo Muro, para entregarlos a la cuchilla del verdugo. Pero no fue esto bastante para aquellos caribes; aún hicieron más: en medio del camino asesinaron villanamente a D. Cayo Muro, y cual si fuera una bestia dañina que se presenta al pueblo para adquirir la recompensa destinada a su matador, le atravesaron en una caballería que hicieron marchar delante y a la vista del infortunado Zurbano.

Así trataron aquellos bárbaros a un general que tantos días de gloria había dado a su país, a un militar que fue un día el terror y espanto del despotismo; así, Sres. Diputados, entró en la ciudad de Logroño aquella tan repugnante como horrorosa comitiva. Es verdad que sólo un facineroso pudo encargarse de semejante comisión; solo un facineroso pudo llevarla a cabo con tanto lujo de ferocidad.

Después, de nada sirvieron los recuerdos, de nada las glorias, de nada los sacrificios; era sin duda preciso que una ley de exterminio acabara con aquella familia, y acabó en efecto.

Ésta es la valiente hazaña, este el hecho glorioso que aquel Gobierno se apresuró a recompensar repartiendo grados a los militares y cruces a los paisanos; grados que si mucho deshonran a los que los obtuvieron, no deshonran menos a la ilustre Institución a que pertenecen; cruces y condecoraciones que se desprenden del pecho en que se colocan, porque más bien que un título honroso, son un padrón de ignominia.

Y hecha esta digresión que he creído conveniente por si el Gobierno quiere o puede hacer algo, no ya en perjuicio de las personas entonces malamente agraciadas, porque ese no es mi objeto, ni para ello me hubiera molestado en hacer esta digresión, sino para honra de esas mismas gracias, voy a continuar la tarea que me he impuesto.

La Comisión manifiesta un gran sentimiento por no poder extender la pensión que en su dictamen propone para la viuda de D.Benito Zurbano, hasta el sueldo que éste como comandante disfrutaba; y funda la Comisión esta imposibilidad en el estado de penuria, en que el Tesoro público se encuentra, cuando se trata de 5.000 rs, que han de servir para premio de tantos y tan eminentes servicios prestados a la causa liberal, para recompensa de tantos y tan señalados sacrificios hechos por el país, es ridículo; ridículo, sí, apelar al Erario público por 5.000 rs. que se gastan en la tinta que se derrama en una de las oficinas del Estado, cuando esos 5.000 rs. se han de destinar a tan noble objeto.

Pero la Comisión parece que ha tratado al determinar la pensión que se ha de dar a la viuda de D. Benito Zurbano, de buscar un término medio entre el sueldo que éste debía disfrutar como comandante que era de caballería, y el que realmente disfrutaba antes de ser fusilado, por hallarse en situación de reemplazo. En esto la Comisión ha padecido un grande error, porque D.Benito Zurbano, desde el año 43, que emigró, no cobró ni un solo real; D. Benito Zurbano no supo cuál era su situación, no supo si estaba de reemplazo ni de servicio, o si era paisano; por consiguiente, si la Comisión había de fijarse en este dato del sueldo que disfrutaba desde el año 43 hasta que fue fusilado, yo creo que la Comisión hubiera cumplido mejor su encargo con decir que a la viuda no se le diese nada. Únicamente su familia, después del fusilamiento de Zurbano, recibió órdenes por las cuales se decía que Zurbano estaba considerado como de reemplazo; pero antes no supo nada, sin embargo de que dos o tres veces acudió al Gobierno para que declarase cuál era su situación. Empero sea de ello lo que quiera, yo seguramente no me hubiera levantado a combatir el dictamen de la Comisión, si en mi apoyo no hubiera una porción de precedentes.

Todos sabemos que hay muchas viudas de militares [2.386] que están disfrutando como pensión los sueldos que sus maridos tenían; viudas de militares ilustres, de militares que prestaron grandes servicios al país, inmensos servicios a la causa liberal, pero que ni los unos ni los otros fueron ni más ni mayores que los que prestó e hizo D. Benito Zurbano. Todos sabemos también que acaban de concederse pensiones a viudas de empleados, de funcionarios públicos, de dignísimos funcionarios públicos (que no trato yo de rebajar en nada su mérito), a las cuales se les ha concedido como pensión los sueldos que éstos disfrutaban, por haber cumplido con su deber, por haber desempeñado su cometido en circunstancias calamitosas; y yo me pregunto ahora: ¿es más grande, es más glorioso, es más patriótico morir víctima de una enfermedad, de una epidemia, que morir en defensa de la libertad de la Patria? No; ni es más grande, ni es más glorioso, ni es más patriótico. Pues lo que a estas viudas se les ha concedido, esto es lo que yo pido, porque lo creo justo, que se dé a la viuda de D. Benito Zurbano.

Téngase en cuenta, señores, que aquí no se trata sólo de un individuo, de D. Benito Zurbano, porque dije en un principio que esta viuda era la única persona que había quedado de la familia con derecho a pedir recompensas a la Nación. Se trata, pues, de una familia que parece fue destinada por la Providencia a ser en vida el más fuerte baluarte de la libertad, y en muerte el más profundo remordimiento de la opresión.

Señores, por más que recorro el dictamen de la Comisión, no veo que ésta, para no acceder por completo a lo que solicita la viuda de D.Benito Zurbano, no veo, repito, que encuentre razón alguna, y sólo se funda en el estado de penuria en que el Erario público se halla; por manera que la Comisión reconoce la justicia con que la viuda de Zurbano reclama. Pues ahora bien;¿cree la Comisión que el estado de penuria en que el Erario público se encuentra ha de continuar toda la vida? ¿Cree la Comisión que nuestra Hacienda no se desahogará jamás? ¿Cree que esta penuria, en vez de disminuir, irá aumentando? Pues si esto cree la Comisión, estoy conforme con su dictamen; pero si la Comisión cree lo contrario; si cree que el estado de penuria en que el Tesoro público se encuentra ha de disminuir, más, ha de desaparecer; si cree que nuestra Hacienda se ha de desahogar, para que la Comisión hubiera sido justa y lógica, necesitaba haber dicho: " La viuda de D. Benito Zurbano pide con justicia, y porque lo reconozco, yo se lo concedo; le concedo, pues, como pensión el sueldo que su marido disfrutaba. Pero la viuda de Zurbano se hará cargo del estado de apuro en que el Erario se encuentra, y por consiguiente, durante uno, dos o más meses que pueda esto durar, no se le dará más que 12.000 rs., y una vez que la Hacienda se desahogue, percibirá el sueldo que con justicia reclama. "

Decir otra cosa, decir lo que dice la Comisión, ni es justo ni es lógico; decir otra cosa, francamente, hasta da lugar a que si no conociera yo a sus individuos, dudara hasta del sentimiento que manifiestan tener por no poder llegar a esta suma, puesto que ese sentimiento lo tienen porque el estado de las arcas no permite otra cosa en la actualidad.

No quiero molestar más la atención de la Cámara. Concluyo, pues, rogando a los Sres. Diputados se sirvan desechar el dictamen, para que, redactándolo de nuevo la Comisión, lo haga en los términos que he manifestado, porque es de justicia, como la Comisión lo ha reconocido, como no podía menos de reconocerlo, como no pueden menos de reconocerlo los Sres Diputados.

(Habla el Sr. Salustiano Olózaga ).

El Sr. SAGASTA: Ha dicho el señor individuo de la Comisión que acaba de hablar, que ha tenido presentes otras varias razones además de la penuria del Tesoro. Esas razones yo no las sé; el dictamen no dice más que lo siguiente:" Bien quisiera la comisión, etc. " (Leyó el preámbulo del dictamen. )

De suerte, señores, que la misma Comisión emplea la palabra actualidad, que es a lo que me opongo, mientras no se fije en el dictamen que, pasada esta actualidad, Doña Primitiva Escalera cobrará lo que solicita.

Según el dictamen, se conceden a la viuda de Don Benito Zurbano 12.000 rs.; pero, señores, esa es una cantidad imaginaria...

El Sr. PRESIDENTE: Señor Sagasta, que está V.S. rectificando.

El Sr. SAGASTA: Pues he concluido, Sr. Presidente.



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